miércoles, 13 de abril de 2011

¿Fair play?

Después del esperpéntico final de partido entre el Real Zaragoza y el Getafe, que acabó con la victoria del equipo aragonés y con la ya conocida y sancionada "lluvia" de balones al final del encuentro, hemos presenciado cómo algunos férreos defensores del "juego limpio" se han apropiado de la bandera blanca de la pulcritud en el fútbol, y se han permitido dar lecciones de lo que es aceptable y lo que no lo es, dentro de un campo de juego. Para que nadie piense que aquí se trata de justificar lo que ocurrió en el estadio de La Romareda, dejaré claro desde el principio, que me pareció un comportamiento impropio de lo que debería ser el fútbol del más alto nivel, y me gustaría no volver a ver algo así en ningún campo de Primera División.

Y dicho esto, para calmar a los paladines de la limpieza deportiva, deberíamos hacer un ejercicio sincero de reflexión sobre lo que es, en la práctica, el "juego limpio", ese espectro intangible y difuso, a lo que llamamos "fair play", que queda mucho más guay. Las cosas que consentimos y las que no, y por qué motivo. Qué es picardía y qué es éticamente censurable e intolerable. Como primera contradicción, podríamos pensar que la Liga es una competición en la que todos hemos aceptado como normales las primas a terceros, que consiste en que uno o varios clubes negocien en secreto con otros equipos para que ganen sus partidos a cambio de dinero, echando por tierra los valores fundamentales del Deporte y del "juego limpio". Temporada tras temporada, escuchamos a los futbolistas asegurar, en cuanto a las primas, que siempre que sean por ganar, "bienvenidas sean", a pesar de que son ilegales. Y lo aceptamos. Y lo aceptan, mirando hacia otro lado, la Liga de Fútbol Profesional y la Federación Española de Fútbol. ¿No es esto mucho más grave que lanzar balones a destiempo, por ejemplo? Y no es cuestión de comparar, porque las dos cosas son inaceptables, pero sí sería interesante que todo el que se indigna con determinadas acciones antideportivas, y deja pasar, sin levantar la voz, otras cosas igual o más censurables, expliquen por qué lo hacen.

Porque si nos ponemos serios de verdad, pues oiga, que la Liga de Fútbol Profesional se dedique a visionar todos los partidos, jornada tras jornada, y a sancionar cada una de las acciones que contradigan el "juego limpio". Pero todas, eh? No sólo las que aparezcan en las portadas de los periódicos deportivos de mayor difusión.

Sancionemos al club que lanza balones al terreno de juego, claro. Pero también al jugador que finge una lesión cuando su equipo va ganando para perder tiempo; al que se tira dentro del área buscando perjudicar a su rival y engañar al árbitro; al futbolista que marca un gol mientras otro jugador está lesionado sobre el césped; al que tarda más de la cuenta en abandonar el campo cuando es sustituido; o al que hace gestos de desprecio y provocación hacia al público. Y vayamos más lejos. Sancionemos de forma ejemplar a los futbolistas de la selección de Alemania, que vieron claramente como el inglés Lampard les marcaba un golazo en el pasado Mundial que no fue concedido. Si somos honestos y defendemos el "juego limpio", deberíamos exigir a los jugadores alemanes que hablen inmediatamente con el árbitro y le pidan que de por válido el gol a su rival. Suena ridículo, claro. Entonces, ¿dónde está la línea que separa la picardía tolerable y la trampa indecente? Que nos lo aclaren los de la bandera del "fair play", porque las normas éticas y morales tienen que ser iguales para todos.

Cualquier jugador, entrenador o profesional del fútbol maneja un repertorio de cientos de formas de tratar de desequilibrar al rival con artes que van más allá del rectángulo de juego. El fútbol siempre ha sido así, e imagínense las cosas que pasaban cuando no había televisiones en todos los campos. ¿Así es como debería ser? Desde luego que no, pero lo aceptamos porque asumimos con resignación que el fútbol ha trascendido su condición de Deporte, para convertirse en una industria cruel e implacable donde hay tantas cosas en juego (no sólo el resultado de un partido), que los propios actores del fútbol llevan su reglamento al extremo para tratar de salir beneficiados. En la selva, o comes, o te comen. Se trata de sobrevivir, mientras la justicia deportiva siga brillando por su ausencia.

Y comprendo perfectamente a todos que se han escandalizado con los baloncitos de las narices que se lanzaron en La Romareda. Ahora, espero que sean coherentes, y escucharles también la próxima jornada, cuando un jugador simule un penalti o un entrenador salga de su área técnica para presionar al árbitro y tratar de condicionar sus decisiones, por ejemplo. Porque eso tampoco se puede hacer, y eso, también es juego sucio. Menos vistoso, y más habitual que el lanzamiento de balones, pero igual de antideportivo, o no? Prácticas que ya hemos incorporado a nuestro fútbol, pero que en esencia, no son menos sucias que las demás. Desde aquí, todo mi apoyo a los defensores del "fair play" y a todas las personas que trabajan dentro del fútbol para tratar de que sea un deporte más honesto y justo, pero todo mi rechazo a los hipócritas selectivos, que deciden qué trampas son aceptables, y cuáles no, dependiendo de factores subjetivos y de dudosa credibilidad. En este sentido, o somos ejemplares en todo, o en realidad, no estamos legitimados para dar ninguna lección de "juego limpio".

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