lunes, 3 de agosto de 2009

El momento del cambio

Va a ser extraño ver a Zapater jugar al fútbol con una camiseta que no sea la del Real Zaragoza. Siempre es difícil deshacerse de los símbolos, de las señas de identidad, y más en el fútbol, donde es muy complicado contar con jugadores que hablen con el acento de la tierra.

Pero a veces, los cambios sirven para avanzar. El vínculo entre el Real Zaragoza y Zapater se había vuelto, desde hacía tiempo, estéril, infructuoso. El sobresaturado centro del campo del Real Zaragoza relegaba a Zapater a la tediosa función de competir por el lateral derecho. La resignación, la imposibilidad de progresar, y el consiguiente estancamiento son peligrosos aliados en la carrera de un jugador tan joven, y con tanto fútbol por delante. Su marcha a Italia le va a permitir crecer personal y profesionalmente. Le dará la oportunidad de reivindicarse, de empezar de cero, aunque las lágrimas en su despedida sienten como latigazos en la espalda de la afición, que inevitablemente, le echará de menos.

Pero dejando atrás las reacciones viscerales, y pensando con la cabeza de fría, podemos vislumbrar un futuro positivo para Alberto Zapater. Desde ahora, tendrá la oportunidad de jugar sin ninguna presión emotiva, sin tener que dar explicaciones, más allá de su propio rendimiento partido a partido. De repente, cogerá un avión y desaparecerán los estigmas, el peso extra que conlleva ser el de aquí, el de casa, el abanderado del equipo. Eso ya pasó, y Alberto Zapater tiene la oportunidad de rehacerse como futbolista en un buen equipo, el Génova, que el año pasado acabó en la quinta posición del Scudetto, y que por lo tanto, jugará en Europa esta temporada.

El Real Zaragoza, por su parte, quiere invertir el dinero de la venta de Zapater en uno de los mejores defensas de nuestra Liga, Roberto Canella, del que, si finalmente logra su fichaje, obtendrá cuantiosos beneficios en un futuro. Sí, el club, también gana. Se marcha un futbolista íntegro, zaragocista. Y para muestra, su despedida. Y no sólo por sus lágrimas, sino por sus palabras. Ni un atisbo de rencor, enfado, o disconformidad. Sólo agradecimiento y cariño. Todo un compromiso de fidelidad eterna hacia una afición, un club, y un equipo, que siempre serán suyos.

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